En un plazo de tiempo relativamente corto han cambiado muchas cosas en la composición de las empresas. Anteriormente, había una clara diferencia en cuanto a formación entre el grupo directivo y el resto de la empresa. Las oportunidades de estudiar no eran muchas. En primer lugar, debías elegir entre unos estudios superiores, si la situación económica lo permitía, una titulación técnica o directamente al mundo laboral tras la formación básica.
Y fuera lo que fuera que eligieras, esa era toda tu formación reglada a lo largo de tu carrera profesional. Una vez incorporado a la actividad profesional, salvo en lo que se refiere a idiomas o algo muy específico de tu trabajo, no tenías oportunidad para nada más.
Ahora las oportunidades de formación son infinitamente mayores y el profesional tiene la posibilidad de crearse su propio itinerario de formación, de una forma independiente a su actividad laboral, para acelerar su crecimiento profesional.
Es necesario que las organizaciones del futuro sean sensibles a esa inquietud de los profesionales por formarse de acuerdo a sus intereses, y además crear el entorno de trabajo preciso para que toda esa iniciativa personal aporte resultados a la propia organización a través de ideas innovadoras de todos los empleados, lo que permitirá un crecimiento exponencial, tanto de la organización como de los profesionales. Esta aportación continua de ideas, y su aceptación, incrementará sensiblemente el sentimiento de pertenencia y la fidelidad a la organización de una manera mayor que el simple reconocimiento económico.
Las cúpulas directivas del futuro más que guiar, como se hace ahora, a la organización, deben ser gestores de conocimiento y motivadores para que las aportaciones estén alineadas con los objetivos de la organización.